“Se suman a otros muchos pequeños milagros que Montessori nos regala todos los días como el que civilizadamente se organicen para tomar su refrigerio, compartiendo mesa y conversación; como convivir en el aula con niños de diferentes edades; como el saber mover una silla sin hacer ruido; como el ayudarle con un material a su compañero más pequeño; como compartir el ambiente con compañeros con necesidades especiales; como poder trabajar descalzos en el salón; como tener la paciencia para esperar a que el compañero termine de usar el material que necesitan; como poder salir al patio a trabajar; como saber escuchar; como asistir con gusto al colegio; como el ser felices.
Ser felices. Ése es el argumento de peso a favor de Montessori. ¿Qué buscamos sino la felicidad de nuestros hijos?
Montessori va más allá de los años escolares. La preparación para la vida que brinda fomentando valores como la tolerancia y el compromiso con la comunidad, la autodisciplina y el espíritu de cooperación nutren necesariamente vidas adultas más plenas.
Ahora sé que Montessori no es una rara enfermedad, ni una secta fanática, ni una marca de sopa o una comida italiana, pero ciertamente descubrí que sí es alimento, alimento para la mente y el espíritu. Además es alimento aderezado con amor.
Hemos visto crecer y florecer a nuestros hijos con valores y conocimientos bien plantados en la tierra, pero con alas de libertad para explorar más allá del horizonte.
Se han preparado para dar todas sus luchas por amor, que es lo que hizo María Montessori. Amor a Dios, amor al prójimo, amor al trabajo, amor a la justicia, amor a la libertad, amor a la paz.
Saben que ninguna batalla merece ser ganada por odio, por rencor o por envidia y que todas las luchas deben ser por amor, siempre por amor.
Serán como son con todas sus cualidades y defectos pero sobre todo serán Montessori y serán felices”.
Fragmento de Montessori no es una comida italiana. Reflexiones de un papá Montessori. LRV.